Pensar es más interesante que saber, pero menos interesante que mirar.
Johann Wolfgang Goethe

viernes, 9 de septiembre de 2011

Reflexiones sobre el 9/11 - Mauricio Meschoulam 1 de 3

Comparto reflexión de un académico de la UIA México. Es una excelente reflexión sobre el 9/11. Habrá que dar seguimiento a las dos restantes. La fuente es su propio Blog que no tuve cómo compartir en redes...
Vínculo: http://mauriciomeschoulam.tumblr.com/


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Especial de aniversario del 9/11: Terrorismo, psicología y geopolítica. Parte I 
 
Gutierrez Vivó había iniciado una cobertura especial. Yo salía de impartir clase de 7 y no me había enterado de nada. Recuerdo no estar comprendiendo lo que pasaba, cambiar de estación y escuchar a Ciro di Costanzo decir: “Tiene que ser una organización con la infraestructura de Al Qaeda. No cualquiera puede llevar a cabo un atentado de este tamaño”. Regresé a Gutierrez Vivó y fui paulatinamente abriendo los ojos. Don José narraba, palmo a palmo, cómo la primera de las torres se desplomaba. Decidí desviarme a casa (primer cambio de conducta). Desperté a mi esposa (segundo). Empezó a llorar. Sentí una necesidad de buscar, abrazar y proteger a mi beba de 1 año y medio. En ese momento no lo sabía, pero en cientos de miles de hogares del planeta sucedía exactamente lo mismo que en el mío. “America at war” titulaban los noticiarios el programa que desesperadamente encendí. ¿Era en verdad una guerra? ¿Quién contra quién? ¿Dónde estaba ubicado el enemigo como para lanzarle todo el poderío militar de la máxima potencia del planeta? Los locutores no sabían contestar nada de eso. Por la tarde, cuando Bush emitió su primer discurso (que yo esperaba algo más cercano al de Churchill antes de la Segunda Guerra Mundial), me di cuenta de que tampoco comprendía lo que sucedía con certeza, ni sabría diseñar las respuestas adecuadas. Nadie entendía nada.
Han sido tantas las implicaciones de un evento como el de aquél 9/11, que es preciso ordenar un poco la cabeza, incluso 10 años después, y los múltiples ángulos para abordarlo. En esta edición especial, intento cubrir en tres partes solo algunos de estos aspectos, consciente de que existen más:
1) El papel del evento en la Historia. El largo plazo. Del bipolarismo de la Guerra Fría al unipolarismo Clintoniano; y de ahí al declive relativo de los Estados Unidos como potencia hegemónica global.
2) El terrorismo como manifestación en su expresión extrema. La psicología social y sus efectos masivos.
3) El impacto de los ataques en la política exterior estadounidense: en la búsqueda de un enemigo con cara. Neoconservadurismo y El Eje del Mal.
4) La política interna, las libertades civiles, el Patriot Act y la seguridad de casa.
5) El impacto en las finanzas internacionales: déficit fiscal, deuda y oro al alza.
6) De Al-Qaeda 2001 a Al Qaeda versión 2.0: el terrorismo que persiste
La Historia y la Longue Durée
Ugo Pipitone, uno de esos profesores que nunca se olvidan, decía que hay momentos en que la historia se hace. Podríamos decir por contraparte que la historia está en permanente dinámica, pero sería no entender el sentido de lo que mi maestro quería expresarnos. El 11 de septiembre del 2001, la historia se estaba haciendo. No por las buenas.
Cuando se pretende argumentar la teoría de la conspiración y la supuesta participación de actores estadounidenses en los atentados del 11 de septiembre, este es el renglón en el que estos argumentos dejan de sostenerse. A partir de esa fecha, la potencia hegemónica que era Estados Unidos acelerará su declive en un proceso de largo plazo que de hecho no ha terminado.
Si el mundo bipolar de la Guerra Fría cedió su paso a un interludio sustancialmente unipolar durante la era de Clinton, los atentados terroristas mostrarán al planeta que la hegemonía de la máxima potencia no podría perdurar eternamente. Aquél mundo en el que el poder norteamericano era casi absoluto, y su capacidad de influenciar actores y hacer que los eventos sucedieran como ellos lo deseaban, llegaba a su fin. No solamente habían sido atacados en su propio territorio, sino que su gobierno se encontraba incapaz de ejercer una represalia coherente y recuperar la seguridad extraviada.
El largo plazo operaba en contra de la potencia. Immanuel Wallernstein, por ejemplo, sostiene que la última guerra que Estados Unidos ganó contundentemente fue la Segunda Guerra Mundial. A partir de entonces, el mayor ejército del planeta parecía incapaz de defenderse. Quizás en parte, las incursiones que sucedieron a los ataques del 9/11 intentaban mostrar no solo al pueblo estadounidense sino al mundo entero que Estados Unidos como potencia militar permanecía vivo y fuerte. Sin embargo, la falta de eficacia en cuanto a encontrar y detener al enemigo más importante: Bin Laden, y el fracaso en el que se convertirían las aventuras militares de Afganistán e Irak mostraron que no bastaba ejercer el presupuesto militar más importante del planeta si ello no se traducía en un mensaje de poder efectivo. Las arcas, al mismo tiempo, se iban vaciando. Las interminables guerras costaban dinero que cada vez faltaba más y el costo se trasladó a casa. Actores de menor tamaño, como Irán lo supieron leer a la perfección. Comprendiendo que EEUU no tenía ni la capacidad ni la posibilidad de lanzarse a una nueva empresa militar (cuando las otras dos no habían llegado a buen fin), desafiaron sin descanso los designios del gigante. Efectuaron los cálculos precisos y se dieron cuenta de que el mundo pasaba a una realidad en la que no uno, sino varios polos medios y regionales tenían en determinados momentos mayor peso y poder de influencia que la potencia global. El terrorismo no terminaba. Más ataques mostraban al planeta que un enemigo etéreo no se liquida con aviones y tanques.
La historia se movió, en efecto el 11 de septiembre del 2001. Pero no a favor del poder estadounidense. Para ellos, la gloria de otros tiempos formaría solo parte de los recuerdos.
El terrorismo y la psicología social
Si algo dejó claro el 9/11 es que el terrorismo conlleva mucho más impactos de los que imaginamos. Y que ni las ciencias militares ni las políticas podían entender por sí solas un fenómeno tan complejo. Se había desatado una guerra, efectivamente. Pero era esencialmente psicológica, no militar. No los políticos, sino los académicos comenzaban a entenderlo. Incorporando decenas de estudios del pasado en diversos países, nuevos equipos de investigación se dieron a la tarea de responder las preguntas que en el 2001 todos nos hacíamos:
1) ¿Cómo exactamente opera el terrorismo en la psique colectiva? ¿Qué mecánicas lo mueven? ¿Cómo podemos beneficiarnos de conocer estas mecánicas?
2) ¿Qué efectos de corto y de largo plazo produce en las diversas poblaciones que padecen el trauma primario o el secundario? ¿Cómo se pueden atender?
3) ¿Qué clase de persona puede ejecutar un acto tan humanamente atroz como los que entonces atestiguamos? ¿Se puede hablar de patología en estos casos?
4) ¿Cuáles son los procesos mentales que pueden llevar a un terrorista a comportarse como tal? ¿Cuáles son las motivaciones que impulsan el empleo del terrorismo como estrategia?
5) ¿En qué medida influyen el liderazgo y la cultura organizacional?
6) Y sobre todo, ¿cómo se lucha una guerra que tiene lugar no en el campo de batalla material, sino en el mental?
La realidad es que los ataques del 9/11 representaban el terrorismo en su máxima expresión. Pero no porque las torres gemelas eran derrumbadas y se lograba asesinar a más de 3 mil personas de un solo golpe (terrible todo ello). Sino porque el mundo entero estaba atestiguando estos hechos. Sin importar dónde nos encontrábamos, todos sentíamos ese vacío de seguridad, esa sensación de desprotección. Si ocurría en Nueva York, entonces podía ocurrir en cualquier parte. Si caían los aviones de American Airlines, podía caer cualquier avión, en cualquier país, en cualquier momento. Si las fronteras de la máxima potencia podían ser de este modo vulneradas, entonces no había frontera segura en el mundo. Ese día, nuestra zona de confort había sido alterada en sus raíces. El terrorismo conseguía el efecto que buscaba: sembrar un pánico masivo como nunca antes se había visto, en territorios que rebasaban con mucho a la ciudad de los rascacielos.
Los estudios mostraron varias cosas a lo largo de los años: a) los síntomas de estrés agudo y post-traumático asociados a los atentados del 9/11 se encontraban presentes incluso en sitios muy alejados de los directamente afectados por los actos violentos; b) los síntomas de estrés se incrementaban en la medida en que existía mayor contacto con los medios de comunicación (lo que detonó importantes discusiones al respecto del papel de estos medios); c) el estrés era contagiado con bastante frecuencia y facilidad; d) la gente buscaba resiliencia (o recuperación anímica) en su zona de seguridad: su familia, sus amigos, sus allegados. Lo más importante era terminar con el shock y retornar cuanto antes a la normalidad. Organizaciones civiles en ese y otros países lo fueron  comprendiendo y se han mantenido diseñando estrategias para ayudar a lograrlo.
Para explicar la conducta del terrorismo, se intentó sin éxito dibujar un perfil del atacante terrorista (en EEUU y en muchos otros países). Se buscaron las causas en desórdenes mentales y enfermedades de la conducta, y no se encontraron. Se tuvieron que elegir explicaciones alternativas. Se demostró que el terrorismo es usado muchas veces como estrategia racional. Es decir, a partir de una selección de opciones, las organizaciones y actores terroristas encontraban que ésta era lo suficientemente eficaz como para avanzar sus intereses. En otras ocasiones, opera una desconexión moral: los actores ejecutan la violencia al margen del bien o del mal. A veces, en cambio, lo que ocurre es una re-conexión moral, un proceso psicológico en donde el actor se encuentra completamente convencido de que está actuando por el bien y que los atacados representan al mal. Otras teorías mostraron la importancia del liderazgo, las organizaciones, el reclutamiento y el proceso de adoctrinamiento, y sobre todo el grado de cohesión en su interior que convierte el acto terrorista en un acto de lealtad para con el grupo y sus ideales.
La psicología social, también ha buscado explicar la reacción del Estado víctima ante la necesidad de reafirmar su poder y mostrar a sus ciudadanos que aún tenía la capacidad  de ejercer la fuerza, la represalia y retornar a su gente eso que habían perdido, la seguridad. Para lograrlo, EEUU actuó en al menos dos frentes: el externo y el interno. Estos serán los temas del próximo post en esta edición especial del 9/11 a diez años. Mañana.
Hoy por Twitter: @maurimm  

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