24 de diciembre 2011
La Jornada
Opinión
Fuente: http://bit.ly/unbdfA
Por ser capaz de capturar y enfatizar el sentido global de una promesa incumplida, por haber inquietado a gobiernos y al sentido común, por combinar las más antiguas de las técnicas con las más modernas de las tecnologías para iluminar la dignidad humana y finalmente por canalizar al planeta hacia un curso más democrático aunque también más peligroso para el siglo XXI el indignado (el protestante sería la traducción literal) es la persona del año 2011 de la revista Time.”
Con esto esta influyente revista estadunidense constata lo que ha venido ocurriendo a lo largo del año.
El contagio de las movilizaciones ciudadanas ha seguido un itinerario sintomático. Empiezan en una de las regiones caracterizadas por dictaduras represivas y sangrientas. Con unos cuantos días de diferencia se incendian Argelia, Túnez, Egipto, Marruecos, Yemen, Libia y Siria. Los resultados han sido desiguales. El gran dilema que emerge: ¿cómo mantener el impulso de la movilización al tiempo que se construyen nuevas instituciones y cómo evitar que les escamoteen el triunfo a las masas juveniles? En Egipto un cierto desencanto lleva a un cirujano participante en las luchas a exclamar: los jóvenes hicieron que la revolución ocurriera, pero se las entregamos a los adultos mayores. No tuvimos confianza en nosotros. (Time, diciembre 26-2011)
El contagio se extiende en mayo a España, luego a Gran Bretaña y Grecia. Ahí el centro de la movilización está vinculado con el desempleo, la desigualdad y el desencanto con la democracia. De ahí el lema de democracia real. Las movilizaciones avanzan en lugares insospechados como Israel y Tíbet. En la India el activista y líder espiritual Anna Hazare anima una vasta movilización contra la corrupción; lucha que retoman después los brasileños.
Ante los signos incontrovertibles del incremento de la desigualdad hay un nuevo impulso a las luchas por la justicia social desde los estudiantes chilenos hasta los ocupas de Wall Street y de otras ciudades estadunidenses. China no se libra de movilizaciones que rechazan planes de infraestructura implantados sin consultar a la gente. Hace unos días otro país aparentemente silenciado (Rusia), explota en movilizaciones –como respuesta a las elecciones fraudulentas–, agrupadas alrededor del lema contra Putin y su partido: Son el partido de los truhanes y los ladrones.
¿Qué hay de común en todas estas movilizaciones? La rabia ante la impunidad y la corrupción, y la decisión de no tolerarla más. Punto.
Cuatro factores han sido claves en esta expansión de los indignados. El desempleo juvenil. La insultante desigualdad entre un puñado de muy ricos y amplias masas en condiciones de pobreza. La revolución de las telecomunicaciones. La mediocridad y corrupción de las clases políticas.
Aun con regímenes políticos tan distintos los rasgos señalados hacían previsible que por contagio creciera como marea la protesta popular. El manifiesto de Stephane Hessel (2009), un ex combatiente de la Resistencia francesa frente al nazismo, llamando a los jóvenes a indignarse causó enorme efecto en Europa y más allá justo porque resumía el estado de ánimo y una propuesta central que ha recorrido todas las movilizaciones de 2011: indignación no violenta.
Cada movilización ha tenido sus propios Hessel. Como lo resumió Regis Debray en el Nouvel Observateur (3/3/2011): Fervor poético, intransigencia moral y moderación política: bella ecuación que impacta y detona.
¿Con cuál de las tantas famosas frases concluir este año?
Nosotros no somos anti-sistema sino ustedes son anti-nosotros; o tal vez siguiendo al disidente chino Ai weiwei: El cambio vendrá del corazón de los jóvenes.
El sentido de nuestros tiempos es la indignación moral con su correlato en las acciones heróicas.
Y como dijera el gran filósofo Yogi Berra: Esto no se acaba hasta que se acaba.