Francisco de Roux, conocedor como ningún colombiano del conflicto armado en el Magdalena Medio, hace un balance de la Ley de Víctimas y asegura que el proceso de reconciliación debe incluir a los victimarios.
Redacción Vivir
Elespectador.com
No importa cuán discreto intente ser el padre Francisco de Roux —desde los zapatos hasta el tono de la voz—, cuando él está presente, bastan sólo unos minutos para que todo termine gravitando a su alrededor. Sobre todo si se trata de una conversación sobre la nueva Ley de Víctimas o, más aún, cuando se pone sobre la mesa una pregunta: ¿qué valoran los colombianos?
El padre Francisco de Roux está inmerso en las vidas de las víctimas desde 1995, cuando se instaló en el Magdalena Medio para vivir y entender de primera mano la dinámica de la guerra |
Nadie entiende como él los alcances y limitaciones de la nueva política para atender a las víctimas. Nadie con más autoridad moral para advertir que, como lo dice en esta entrevista, “no basta con ejercer la autoridad sobre los victimarios. De nada sirve aumentar el número de policías y militares para que exista uno al lado de cada víctima. Lo importante es incidir en el victimario, convertirlo al valor de la vida”.
¿Esta nueva ley es la solución a los problemas de las víctimas?
La Ley de Víctimas tiene a mi juicio un valor fundamental y es que nos hace a todos los colombianos responsables de lo que ha pasado aquí. Y responsables no sólo moral y políticamente, sino también económicamente. Vamos a tener que pagar entre todos, con la plata del Estado que es nuestra. Cuando aquí maten a un hombre que defienda el medio ambiente. Cuando aquí secuestren. Cuando haya un falso positivo. Hasta ahora más o menos la idea que se tenía era que este es un país de gente buena, donde no hay corruptos, ni injusticias institucionales, donde no destruimos la naturaleza, sino que había un grupo de malos mezclados con mafia, guerrilleros y paras, que nos atacaban a todos los buenos. La ley lo que dice es que hay un conflicto armado, profundo, todos somos responsables y las víctimas son de todos los lados.
¿Está de acuerdo con que se considere sólo a las víctimas desde 1985?
Se necesitaría una posición más sabia y sutil para hacer ese discernimiento. Yo prefiero hablar de comunidades victimizadas, pues no sólo han atacado a las personas que están allí sino que el hábitat que las rodeaba fue totalmente destruido y transformado en hábitat de miedo y terror; el contexto ecológico fue transformado en procesos agroindustriales masivos y, una de las cosas mas criminales, el campo fue sembrado con minas antipersonales. Así que solucionarle el problema a una persona, si no se tiene total comprensión de lo que ha sucedido, puede ser una tarea limitada.
¿Qué se puede hacer entonces para enmendar lo que no quedó en la Ley?
La Ley necesita la movilización de la opinión pública y de los pobladores, acopio de recursos y la determinación de hacer cambios estructurales para que sus pretensiones se consigan. A través de la dignificación de la totalidad de las víctimas, articulándolas con la naturaleza y la sociedad, podremos conseguir reconciliación. Hay que tocar las causas por las que las víctimas fueran victimizadas, hacer los cambios estructurales para que esto no se vuelva a dar. Eso no está garantizado ni explicitado en el texto y va a requerir que las comunidades se involucren, para no dejar que la ley sea manejada por aparatos burocráticos que la simplifiquen.
¿Teme que todo esto se quede en el papel?
Podemos estar en un escenario de matar el tigre y asustarnos con el cuero. El camino que se abre es exigente. Voy a volver a una imagen que nos puede ayudar a pensar. Una de las preocupaciones de esta conversación es el valor de la vida. Es la relación del ser humano con la naturaleza. La imagen que se me ocurre es la del feto al interior del vientre de la madre. Usted no puede proteger al feto sin proteger a la madre y la totalidad de la vida. Pero esa es la relación de cada uno de nosotros con la naturaleza, con el paisaje, con el territorio. Somos una sola cosa con esa totalidad.
Sin ser pesimistas, ¿la devolución de tierras no nos devuelve al escenario que desató esta guerra?
Acepto que la ley se puede quedar en la mitad del camino y devolvernos a hace 40 años, a la situación agraria en que fueron arrebatados de seis a ocho millones de hectáreas. La condición para conseguir lo que estamos buscando es trabajar con seriedad desde lo político y lo educativo. Si no se crea un aparato serio que enfrente eso, no es posible. Se necesita la presencia empoderada de las víctimas, no sólo en la institución que toma decisiones en Bogotá sino en las regiones, donde va a ser mucho mas difícil, porque muchos de los victimarios están en el poder local y tienen injerencia en la justicia y política locales. Si allí mismo no están las víctimas con protección de sus vidas será muy difícil avanzar. Pero no basta con ejercer la autoridad sobre los victimarios. Es muy importante convertirlos a los valores que están en juego, al valor de la vida.
¿Cuánto va a tomar una reconciliación?
Es difícil que las víctimas perdonen hasta que no les digan toda la verdad, hasta que primero no se repare todo. Me acuerdo del escenario de Puerto Berrío. En aquella plaza un hombre desmovilizado del Bloque Central Bolívar tomó el micrófono y dijo: “Ustedes nos tienen que perdonar”. Fue muy bonita la respuesta de las víctimas, la expresión fue de “estamos abiertos a la reconciliación, pero no sean sinvergüenzas”. Y empezaron a hacer preguntas: díganos por qué nos mataron, díganos dónde están las personas de nuestras familias, cómo nos van a garantizar que no va a volver a pasar. Lo que pasa es que la vergüenza, que se ha perdido en el país, es un valor muy grande. Es el sentimiento que tienes por violar los pactos de honor de una comunidad. Eso es importante sentirlo: que le he sido infiel a mi gente. Que he tocado las cosas sagradas. Si no se logra la confianza no se puede vivir en paz, ni construir la seguridad.
¿Cuándo vamos a tener esas herramientas y un país que haga todo esto?
Creo que para avanzar en esa dirección el proceso tendría que tener en cuenta a los líderes; a los procesos campesinos, indígenas y afrodescendientes. En todas partes hay un liderazgo real basado en mujeres y hombres que son creíbles, que cuando convocan la gente responde, que no son políticos buscando el poder ni la manipulación de los demás. Esa riqueza es muy honda. Hemos perdido al menos 10.000 personas de esas. Esas personas que le ponían la cara a la guerrilla, a los paras, a los políticos y tocaban el alma de los pobladores.
Pero es difícil desmontar esos aparatos de guerra.
La guerra desestabiliza, enreda, llama a vivir en un escenario de terror. Ahí se mueve el aparato mafioso que manda a matar. Hay que luchar con todo para no seguir por ese camino. Hay intereses fuertes en mantener la guerra porque es el escenario donde todo vale. Es el escenario opuesto a la vida. Vale tumbar los bosques y sembrar minas.
¿La Ley de Víctimas está acorde con el modelo de desarrollo del Gobierno?
Un proyecto como este debe ser consistente con sus propios supuestos éticos. Es evidente que en una ley así el desarrollo es el ser humano en armonía con la naturaleza. Colombia, por ahora, no piensa que el desarrollo es el ser humano. Colombia piensa que es exportar más barriles de petróleo, más carbón, más aceite de palma, más toneladas de caña de azúcar, porque con eso conseguimos divisas, tenemos plata y qué importa que todo se destruya. Ese es el punto de fondo. Entender que vivir en armonía con la naturaleza no está en contra de la producción y el desarrollo.
Como provincial de los Jesuitas, ¿no cree que la Iglesia tiene una deuda con el país en la educación desde una perspectiva de respeto a la naturaleza?
Mi sentir es que el cristianismo tiene una deuda con la ecología, con el medio ambiente. Pero la Iglesia ha producido recientemente muchas orientaciones en este sentido. Los mensajes éticos de poner en primer plano la responsabilidad con la naturaleza son muchos. Un compañero jesuita, ya viejo, me decía el otro día: cuando yo entré de jesuita me dijeron que nuestro objetivo era salvar las almas y llevarlas al cielo; después, en los años 70, me dijeron que la meta era luchar por la justicia y ahora, cuando tengo 80 años, me dicen que el objetivo es luchar por la naturaleza.
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