Comparto reflexión del jesuita Javier Ávila A. publicada en un medio local del Monetrrey.
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Desde la semana pasada Monterrey está en las
pantallas de televisión con noticias a toda hora, reportajes desde el lugar de
los hechos, la prensa nacional e internacional le dedican espacios, Televisa
con el Parque Fundidora al fondo durante la entrevista con el Presidente
Calderón, marchas de la sociedad hacia palacio de gobierno en Monterrey
exigiendo renuncias, cinco personas detenidas y señaladas como responsables,
gobernadores, empresarios, deportistas, artistas con mensajes de solidaridad e
invitaciones a la unidad... El País más alterado todavía.
El corazón no acaba de asentarse y menos conforme las noticias siguen, los números aumentan, los nombres se mencionan, las pantallas muestran a las bestias bajar de los vehículos, autómatas, criminales. De esta masacre en Monterrey inmediatamente aparecen cinco presuntos responsables ¿y del resto de los masacrados? sólo promesas... Y está Creel, y está Villas de Salvárcar, y están los migrantes, y están las fosas clandestinas... En Monterrey fueron más de medio centenar que aunque quedan en estadísticas y nombres desconocidos la mayoría de ellos, no dejan de calar en la vida y en el espíritu. La vista lastima, las noticias calan, los muertos arrebatan todo juicio. Sabemos que poco a poco el dolor ha ido tomando rostro por la suegra del amigo, la abuelita de los compañeros de escuela, la cuñada del hermano, etc. etc. Y el dolor se aumenta.
Seguimos constatando que el hombre es capaz de las peores atrocidades.
El corazón no acaba de asentarse y menos conforme las noticias siguen, los números aumentan, los nombres se mencionan, las pantallas muestran a las bestias bajar de los vehículos, autómatas, criminales. De esta masacre en Monterrey inmediatamente aparecen cinco presuntos responsables ¿y del resto de los masacrados? sólo promesas... Y está Creel, y está Villas de Salvárcar, y están los migrantes, y están las fosas clandestinas... En Monterrey fueron más de medio centenar que aunque quedan en estadísticas y nombres desconocidos la mayoría de ellos, no dejan de calar en la vida y en el espíritu. La vista lastima, las noticias calan, los muertos arrebatan todo juicio. Sabemos que poco a poco el dolor ha ido tomando rostro por la suegra del amigo, la abuelita de los compañeros de escuela, la cuñada del hermano, etc. etc. Y el dolor se aumenta.
Seguimos constatando que el hombre es capaz de las peores atrocidades.
Hay dolores físicos que lastiman; los dolores espirituales
nos desgarran. Las voces de tanta sangre se siguen escuchando en el silencio.
Nos quedamos sin palabras. El grito queda congelado. Hay cosas que solo en
silencio pueden llevarse cuando el grito sigue perdido en la atmósfera. Es el
grito de México, es el grito de años, de meses, de días, de minutos y segundos.
Es el grito de ayer y de antier. Y son las lágrimas de los muchos que hoy
lloran un presente trágico, un País en franco deterioro.
Todos tememos, pero hay que seguir avanzando en este mundo caótico. ¿Cuándo perdimos el camino y la dignidad?
Todos tememos, pero hay que seguir avanzando en este mundo caótico. ¿Cuándo perdimos el camino y la dignidad?
Seguimos necesitando el abrazo de todos, la voz de
todos. Pero debo confesar que mi confusión da más brincos y el corazón queda
con mucho desasosiego. Son más de CINCUENTA MIL los muertos en el país, DIEZ MIL
desaparecidos, MILES los torturados, MILES los hostigados. En ningún momento
resto importancia al dolor por estos más de 50 muertos, y mi dolor se ha
convertido en rabia, mi grito en exigencia de justicia y mi llanto y mi
tristeza se siguen sumando cada día. ¿Es necesario que maten en grupo para que
la sociedad se una, para que el presidente declare tres días de luto nacional,
para que los artistas digan su voz, los deportistas lamenten las muertes, los
empresarios tomen conciencia pública, los políticos declaren por teléfono con
voces ridículas y lastimeras sobre todo aquellos que callan feminicidios y
apoyan impunidades en sus estados? Su desvergüenza, su
desfachatez no tienen nombre. ¡Apenas les está salpicando tanta sangre derramada!
Perdonen, pero esto aumenta la rabia y el dolor del corazón.
desfachatez no tienen nombre. ¡Apenas les está salpicando tanta sangre derramada!
Perdonen, pero esto aumenta la rabia y el dolor del corazón.
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