Ernesto Camou Healy
Veracruz es uno de mis lugares favoritos. La vida y las chambas me llevaron a conocerlo y disfrutarlo a cierta profundidad, y hubo un tiempo en que lo recorrí desde Sotavento y la frontera con Tabasco, hasta la Huasteca y el confín tamaulipeco. Subí las sierras y bajé a las playas; comí acamayas y tamales, Zacahuil, picadas y enchiladitas, pescados de todo tipo, cocteles y panes, jaibas, chilpacholes y robalitos recién sacados del mar.
Tuve la fortuna de escuchar a sus músicos y sus sones, las marimbas y arpas del centro y del sur, los grupos huastecos con sus violines afinados exclusivamente para aquellos oídos que quieran alcanzar paraísos exuberantes en cada canción. En Tlacotalpan tuve la tentación de declararme jarocho, y en Papantla conviví meses con los totonacos orgullosos de su selva y sus milpas. Pasé varios años entretenido, en un trabajo privilegiado, estudiando los diversos rincones de ese estado, recorriéndolo sin prisa y adentrándome en sus usos y costumbres.
Veracruz es sin duda una de las entidades más ricas en recursos naturales, en cultura, en música y gastronomía; es, también, un lugar privilegiado para sentirse mexicano y para que, casi, te convenzan de echar raíces en su suelo. Entonces pensaba que podía hacerme viejo tomando café todas las mañanas en La Parroquia, aquella, la de antaño; y sentarme las tardes en la plaza a ver bailar danzón a parejas de provecta edad, hábiles y sensuales en sus giros y cadencias.
Ahora me duele Veracruz. Su situación geográfica lo ha hecho un corredor para el transporte de estupefacientes, y también de gente que lleva los Estados Unidos como su ilusión y su derrotero. Es una combinación nefasta pues situó en la región a gavillas de desalmados que han encontrado, en el tráfico de personas, un jugoso negocio, y en el asesinato de indocumentados, una manera eficiente de resolver sus dificultades con un botín humano que para ellos es desechable.
Y lastima la violencia estúpida y displicente de los sicarios; pero también la complicidad criminal de funcionarios que colaboran con ellos en la captura de los centroamericanos que pasan por su suelo, pues es tan asesino el que rafaguea a los migrantes como el agente de migración que les pone el dedo por una cuota de sangre. Duele la indiferencia de autoridades municipales, policías y militares que ven en los chapines o salvadoreños simple carne de cañón y ocasión de lucro.
Impresiona ver un gobernador priista, Javier Duarte, que se dice admirador de Francisco Franco y manda apresar a dos “tuiteros”, por esparcir rumores; y cuando se da cuenta de su sandez, intenta hacer a vapor una ley ad hoc, para procesarlos retroactivamente, en la añeja tradición de “friégalos y después averiguas…”.
Y me asusta un Veracruz en el que una banda criminal puede matar a 35 personas y luego colocarlos a unos metros del recinto donde iba a tener lugar una reunión de procuradores de justicia de la nación. Es un reto y es una amenaza: se piensan dueños de la plaza y del estado, y los desafiaron a que hagan algo en su contra.
Que si fue el Chapo quien los mató, que si fueron los Zetas los muertitos… es irrelevante: lo que importa es la voluntad de mostrarse, ante México y el mundo, como un poder capaz de desafiar al gobierno en la persona de los encargados de la justicia de todos los estados de México. Y de mostrar, de pasadita, que los organismos de seguridad y justicia del propio estado de Veracruz valen puritita sombrilla.
El incidente es muy grave, no se trata como quiere hacernos creer Javier Duarte de una pugna entre malvivientes, sino el desplante de un grupo criminal, de su voluntad de hacerse respetar por los órganos de seguridad y justicia del país entero. El mensaje macabro, apilar los cadáveres en una vía de comunicación, fue para ellos, no para los cárteles rivales.
Pero la entidad está colmada de gente buena y simpática, vean si no, con una sencilla búsqueda en internet, el testimonio de Las Patronas, un grupo de mujeres de la comunidad veracruzana de La Patrona, que se organizan diariamente para apoyar con agua y comida a los migrantes que cruzan el pueblo trepados a los trenes. Ellas dan cimiento a la esperanza…
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