Remito la segunda parte de la reflexión iniciada por el Prof de la Ibero Cd. de México Mauricio Meschoulam.
Fuente: http://bit.ly/qUtYWl
Continuamos con la segunda entrega, abordando otros dos ángulos acerca del tema:
El impacto de los ataques en la política exterior de EEUU
A los estudiantes de Relaciones Internacionales que atestiguamos la caída del muro de Berlín nos dijeron que las guerras, como las conocíamos, llegarían pronto a su fin. En un mundo globalizado lleno de negocios, tratados y monedas únicas, en el que nuevas herramientas como el Internet llegaban a sustituir a las de antaño, los riesgos eran distintos. Se podía hablar de subdesarrollo, de la brecha generada a partir de las desigualdades entre países ricos y pobres, y de las nuevas batallas por el comercio mundial. Nuestros profesores documentaban la reducción al presupuesto militar estadounidense y nos mostraban como el enfoque dejaría paulatinamente de ser político-militar y pasaría a ser económico-financiero-comercial.
Mientras tanto, un grupo de intelectuales, empresarios y políticos firmaban en 1997 (cuatro años antes del 9/11) la carta de principios del PNAC, el proyecto para un nuevo siglo americano (www.newamericancentury.org). Entre ellos estaba el futuro vicepresidente Dick Cheney, el futuro secretario de defensa Donald Rumsfeld y su próximo subsecretario Paul Wolfowitz, además del gobernador de Florida y hermano del futuro presidente, Jeb Bush, entre otros. En esa carta delineaban lo que sería el diseño de su política exterior una vez que tomaran el poder. Según este grupo, Clinton estaba cometiendo errores serios que colocaban a EEUU en grave vulnerabilidad ante amenazas como el terrorismo y los regímenes hostiles (Rogue Regimes) o canallas. Era indispensable recuperar el nivel de presupuesto militar y atender estos severos riesgos a la seguridad nacional estadounidense. Visto así, parecería que los ataques del 9/11, cuatro años después y una vez posicionados políticamente, les venían como anillo al dedo.
Pero no se trata de un asunto exclusivamente político. La catalización de la política exterior de la administración Bush se detona también a partir de los elementos psicológicos que hemos señalado: era indispensable proveer a su población de un grado de seguridad (o al menos la percepción de la misma) para poder demostrar que Estados Unidos seguía siendo la máxima potencia y que no toleraría la vulneración de sus fronteras por agentes hostiles. En ese sentido se requería encontrar cara al enemigo difuso. Y la cara estaba precisamente en otros estados nacionales, contrapartes que en su caso (en el discurso de Bush), apoyaban a actores terroristas y constituían la misma amenaza que éstos. Tan terroristas eran las organizaciones como los estados que las apoyaban o que las toleraban.
Se introducen de este modo dos conceptos centrales en la doctrina Bush: (a) la facultad auto-adjudicada por EEUU para atacar de manera preventiva cualquier estado que represente un riesgo para la seguridad nacional estadounidense; y (b) la incorporación de la moral en temas de política externa. Los buenos y los malos. O estás con nosotros, o te considero de manera automática amigo del terror. El Eje del Mal se nombra con todo y apellido. Pelear en contra de ellos era librar la “guerra justa”. Se diseña así la estrategia que habría de llevar a la máxima potencia a esas aventuras de las que aún hoy no sale bien librada.
Desde esta visión, el terrorismo, una guerra de carácter psicológico, se termina combatiendo en el mundo material con aviones y tanques. La invasión a Afganistán destruyó buena parte de la infraestructura de Al Qaeda pero no consiguió eliminar el peligro terrorista ni la nueva versión con la que Al Qaeda sigue amenazando al mundo. En cambio, Afganistán es hoy un estado sin capacidad de ejercer el monopolio de la coerción y por tanto, sin la posibilidad de garantizar la seguridad y estabilidad a sus ciudadanos. Irak fue un fracaso desde donde se quiera mirar. Nunca se pudo demostrar la liga entre Hussein y los atentados terroristas. Ni siquiera la presencia de armas de destrucción masiva. Por contraparte, Irak padece hoy los efectos del terrorismo quizás como ninguna otra nación del planeta. Obama intentó, o dijo intentar cambiar las cosas, pero las trampas en las que se halla metido no le permiten el margen de maniobra que en todo caso requeriría.
Los retos para la política exterior estadounidense son quizás ahora mucho más grandes que los que existían en el 2001, y con una capacidad de ejercer sus acciones mucho más limitada.
La política interna, las libertades civiles, el Patriot Act y la seguridad de casa
“Considere el ejemplo del caso de Brandon Mayfield, un abogado de Portland que fue encerrado como terrorista sospechoso por el atentado en los trenes de Madrid. Mayfield, un converso al Islam y activista por los derechos civiles, fue detenido durante tres semanas después de que el FBI erróneamente identificara sus huellas digitales como las mismas encontradas en una maleta de detonadores ligada al ataque. Mayfield, quien era inocente, fue liberado. Su caso fue investigado por el inspector general del Departamento de Justicia como un abuso posible del Patriot Act”. (Strossen, 2005, p.7)
Poderes excesivos, permisos para ejercer espionaje en ciudadanos norteamericanos (y por supuesto extranjeros), amenazas a los valores y libertades civiles, y sobre todo la premura en su aprobación, son solo algunas de las críticas que se hacen al acta Patriótica. El terrorismo no es un crimen común, dicen quienes la defienden, y por tanto, no puede ser procesado por medio de leyes comunes. Legislaciones como ésta introducen la posibilidad de juzgar a alguien por crímenes futuros, hechos aún no sucedidos, ya que si no se previenen, según se indica, el daño que se puede sufrir es inaceptable. El Patriot Act de hecho no es el primero en su género, sino un eslabón más en una larga cadena en la que los estadounidenses han estado dispuestos a sacrificar libertades civiles en favor de su seguridad.
Partiendo, sin embargo de lo que hemos establecido, la victoria del terrorismo por sobre la mente de una sociedad se concreta cuando el pánico y el miedo se transforman en encono y agresión. La sociedad estadounidense de este modo permitía que el Gran Hermano vigilante, con la ley en la mano y bajo la costosa burocracia del Departamento de Seguridad Interna (DHS), recuperara la certidumbre en casa, aunque fuese por la fuerza. Era indispensable garantizar a la gente si no que el problema estaba completamente controlado, al menos la percepción de que se trabajaba con eficiencia en ese sentido.
Algunos autores malpensados como Zimbardo (2007), no obstante, demostraron a través de estudios cuidadosamente diseñados, que la reelección de Bush se debía principalmente al manejo político de las alertas terroristas, y del discurso del miedo colectivo. Cada vez que la popularidad del presidente bajaba, se emitía una alerta de “inminente riesgo terrorista”. La gente, psicológicamente golpeada, es capaz hasta de reelegir a Bush si es que su seguridad se encuentra en riesgo.
Es así como los aspectos anteriores entrañaban no solo costos a la posición de EEUU en la política internacional, sino costos económicos que se tradujeron en un dólar de menor valor y un gobierno menos capaz de enfrentar sus pagos. Al mismo tiempo, sin embargo, y por desgracia, el terrorismo fue hábil en mutar y transformarse en algo con la sostenida capacidad de ejercer daños irreparables en la población de muchos países del planeta. Estos son los temas que veremos mañana en la parte III y última de este especial.
Por ahora, en Twitter: @maurimm
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